El niño que no podía dormir

Escrito por Cleef Hanger el 26 de febrero del 2013.

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¿Te gustaría que saliera la que te leian para ir a dormir? ¡Cuentamelo en los comentarios !

En un lugar, de cuyo nombre todos se acuerdan, había unas ojeras a un niño pegadas. A este niño le gustaba callar cuando alguien estaba ausente y soñaba despierto que tenía un velero de cáscara de nuez con diez cañones por banda que iba a toda vela.

El niño vagó de aquí para allá durante los 80 días que no dormía aunque, de vez en cuando, cabeceaba como un globo arrastrado por el aire. El último día, su anciano abuelo le llevó al mar, le sentó en su regazo y con ese vozarrón que solo el que ha roto cientos de zapatos caminando muchos caminos al andar dijo:

—¡Necio aprende! ¡Que de dormir un niño más tiene que saber que un lobo feroz! — y levantando una garra en forma de garfio agarró a su presa y señaló—¡Mira, ahí van dos!

El niño que sabía que en el mar no había lobos feroces, se giró y no vio a dos marineros que a su espaldas y al unisono dijeron:

—¡WOUF!

—¡Ladran, luego hay molinos! — se reía el viejo del mar.

El pequeño que no podía dormir, apenas conseguía entender de qué hablaba el tarumba de su abuelo a la orilla del mar. Ballenas blancas escurridizas, pulpos gigantes devoradores de barcos y un tal Ulises que dijo que se iba a por el pan y tardó veinte años.
Pero, como era divertido ver al abuelo saltar sobre una piedra, porque el suelo era lava, mientras esgrimía en una mano una Tizona hecha de palo y de sombrero los calzones de la colada gritando “A mi la guardia! ¡La estupidez y la envidia nos atacan!” el niño, se había olvidado del sueño y brincando sobre otra piedra, temblando como un bailarín de deliranzas cogió una pluma como espada y gritó:

—¡Traed más quiñones!

De esta guisa mientras salvaban al loro de una princesa que machacaba guisantes con el pandero y domando dragones con acertijos variopintos, llegó la noche y el niño arropó a su anciano abuelo que aun soñaba con surcar los siete mares con 40 ladrones y un orinal en la cabeza para vencer gigantes y por no poder dormir usó la espada, que era una pluma, y en una hoja escribió el que sería el cuento que todos los niños de ochenta años deberían leer.
Un cuento en el que, los ancianos, se van a dormir cuando llega la hora en la que, los niños, les lean cuentos de caballeros, que viven aventuras después de ganar a la petanca y brincan en sus camas para salvar el reino de los monstruos con sus garrotes desgastados.

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