“Din, din dalín.” Sonaba todas las mañanas en la plaza redonda, al salir el sol.
“Din,din dalín.” Sonaba entre el charco que fluía a través de la rendija que quedaba entre el pequeño escalón y la puerta de la pescaderia “Pescadetes Pepe”.
“Din,din,dalín.” Sonaba en la calle mojada por el barrendero mañanero.
“Din,din,dalín.” No dejaba dormir al sereno que volvía a casa guardando su reloj de bolsillo con un suspiro “y mañana otra vez”.
“Din,din,dalín.” Sonaba la caja del encantador de pulgas mientras se colocaba en el centro de la plaza, junto a la fuente. Justo delante de la mercería mientras las chicas de los bordados colgaban los mantelitos y Chema ,el de los hilos, saludaba como todos los días con un alegre “Buenos días Señorita Amparín” que siempre recibía como respuesta un “¡soy señora desde hace 20 años!” a lo que , sin falta, Chema siempre respondía “Tendrá que recordarmelo una vez más Señorita Amparín , porque con ese vaiven de cadera ¡quien lo diría!”.
“Din,din,dalín.” Resuena todos los días desde la plaza redonda escabullendose entre las callejuelas de bares, cesterías y souvenirs .
“Din,din,dalín.” Al atardecer deja de sonar cuando el encantador de pulgas, cerrando su caja de música con palanca manual y recogiendo su pequeña silla portatil, se marcha caminando con el sol a su espalda y las estrellas delante silvando “Fiu, fi, fi ,fá”.